OFICIO DE LECTURA
Si el Oficio de Lectura es la primera oración del día:
V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza
Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:
Ant. Venid, adoremos al Señor, fuente de la sabiduría. Aleluya.
Si antes del Oficio de lectura se ha rezado ya alguna otra Hora:
V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
Himno: HONDO SABER DE DIOS FUE VUESTRA CIENCIA
Hondo saber de Dios fue vuestra ciencia.
su espíritu de verdad os dio a beberla
en la Revelación, que es su presencia
en velos de palabra siempre nueva.
Abristeis el camino para hallarla
a todo el que de Dios hambre tenía,
palabra del Señor que, al contemplarla,
enciende nuestras luces que iluminan.
Saber de Dios en vida convertido
es la virtud del justo, que, a su tiempo,
si Dios le dio la luz, fue lo debido
que fuera su verdad, su pensamiento.
Demos gracias a Dios humildemente,
y al Hijo, su verdad que a todos guía,
dejemos que su Luz, faro esplendente,
nos guíe por el mar de nuestra vida. Amén.
SALMODIA
Ant. 1. Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios. Aleluya.
Salmo 102 I - HIMNO A LA MISERICORDIA DE DIOS
Bendice, alma mía, al Señor,
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios.
Él perdona todas tus culpas
y cura todas tus enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa
y te colma de gracia y de ternura;
él sacia de bienes tus anhelos,
y como un águila se renueva tu juventud.
El Señor hace justicia
y defiende a todos los oprimidos;
enseñó sus caminos a Moisés
y sus hazañas a los hijos de Israel.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén
Ant. Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios. Aleluya.
Ant. 2. Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles. Aleluya.
Salmo 102 II
El Señor es compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en clemencia;
no está siempre acusando
ni guarda rencor perpetuo;
no nos trata como merecen nuestros pecados
ni nos paga según nuestras culpas.
Como se levanta el cielo sobre la tierra,
se levanta su bondad sobre sus fieles;
como dista el oriente del ocaso,
así aleja de nosotros nuestros delitos.
Como un padre siente ternura por sus hijos,
siente el Señor ternura por sus fieles;
porque él sabe de que estamos hechos,
se acuerda de que somos barro.
Los días del hombre duran lo que la hierba,
florecen como flor del campo,
que el viento la roza, y ya no existe,
su terreno no volverá a verla.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén
Ant. Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles. Aleluya.
Ant. 3. Bendecid al Señor, todas sus obras. Aleluya.
Salmo 102 III
Pero la misericordia del Señor dura siempre,
su justicia pasa de hijos a nietos:
para los que guardan la alianza
y recitan y cumplen sus mandatos.
El Señor puso en el cielo su trono,
su soberanía gobierna el universo.
Bendecid al Señor, ángeles suyos,
poderosos ejecutores de sus órdenes,
prontos a la voz de su palabra.
Bendecid al Señor, ejércitos suyos,
servidores que cumplís sus deseos.
Bendecid al Señor, todas sus obras,
en todo lugar de su imperio.
Bendice, alma mía, al Señor.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén
Ant. Bendecid al Señor, todas sus obras. Aleluya.
V. Dios resucitó a Cristo de entre los muertos. Aleluya.
R. Para que nuestra fe y esperanza se centren en Dios. Aleluya.
PRIMERA LECTURA
De los Hechos de los apóstoles 13, 44-14, 6
PABLO Y BERNABÉ SE DIRIGEN A LOS GENTILES
El sábado siguiente, casi toda la ciudad de Antioquía se congregó para escuchar la palabra de Dios. Pero los judíos, que veían tal muchedumbre de gente, se llenaron de envidia y, profiriendo insultos, impugnaban lo que iba diciendo Pablo. Entonces Pablo y Bernabé les respondieron valientemente:
«A vosotros, antes que a nadie, debíamos anunciar la palabra de Dios; mas, como la rechazáis y no os juzgáis dignos de la vida eterna, nosotros nos volvemos ahora a las naciones. Así nos lo ordena el Señor: "Te he puesto como luz de los pueblos, para que lleves mi salvación hasta el confín de la tierra."»
Los gentiles, llenos de gozo ante tales palabras, enaltecían la doctrina del Señor; y abrazaron la fe cuantos estaban destinados a la vida eterna. Con lo que el Evangelio se iba difundiendo por toda la región. Pero los judíos soliviantaron a las mujeres distinguidas que acudían a su culto, y a los principales de la ciudad. Promovieron una persecución contra Pablo y Bernabé, y los arrojaron de su territorio. Éstos, sacudiendo contra ellos el polvo de sus pies, se dirigieron a Iconio, mientras los discípulos quedaban llenos de gozo y del Espíritu Santo.
En Iconio, entraron según costumbre en la sinagoga de los judíos, y allí hablaron con tal éxito que un numeroso grupo de judíos y griegos abrazaron la fe. Pero los judíos que persistían en su incredulidad soliviantaron y exacerbaron los ánimos de los gentiles contra los hermanos. Con todo, Pablo y Bernabé prolongaron allí su estancia por mucho tiempo, procediendo con energía y confianza en el Señor, quien confirmaba la predicación de su Evangelio con señales y prodigios que obraba por medio de ellos. Al fin, los habitantes de la ciudad se dividieron en bandos: unos estaban a favor de los judíos y otros a favor de los apóstoles. A tal punto llegaron las cosas, que se produjo un tumulto de gentiles y judíos, con sus jefes a la cabeza, con el propósito de maltratar y apedrear a los apóstoles. Pablo y Bernabé, que se dieron cuenta de ello, buscaron refugio en Listra y Derbe, ciudades de Licaonia, y en otros lugares vecinos, donde continuaron predicando el Evangelio.
RESPONSORIO Rm 11, 25b-26a; Sal 105, 24. 25
R. Una parte de Israel ha caído en la obstinación, * hasta que la totalidad de los gentiles entre en la Iglesia; entonces, todo Israel será salvo. Aleluya.
V. No creyeron en su palabra, no escucharon la voz del Señor.
R. Hasta que la totalidad de los gentiles entre en la Iglesia; entonces, todo Israel será salvo. Aleluya.
SEGUNDA LECTURA
De las disertaciones de san Atanasio, obispo
(Disertación sobre la encarnación del Verbo, 8-9: PG 25, 110-111)
LA ENCARNACIÓN DEL VERBO
El Verbo de Dios, incorpóreo e inmune de la corrupción y de la materia, vino al lugar donde habitamos, aunque nunca antes estuvo ausente, ya que nunca hubo parte alguna del mundo privada de su presencia, pues, por su unión con el Padre, lo llenaba todo en todas partes.
Pero vino por su benignidad, en el sentido de que se nos hizo visible. Compadecido de la debilidad de nuestra raza y conmovido por nuestro estado de corrupción, no toleró que la muerte dominara en nosotros ni que pereciera la creación, con lo que hubiera resultado inútil la obra de su Padre al crear al hombre, y por esto tomó para sí un cuerpo como el nuestro, ya que no se contentó con habitar en un cuerpo ni tampoco en hacerse simplemente visible. En efecto, si tan sólo hubiese pretendido hacerse visible, hubiera podido ciertamente asumir un cuerpo más excelente; pero él tomó nuestro mismo cuerpo.
En el seno de la Virgen, se construyó un templo, es decir, su cuerpo, y lo hizo su propio instrumento, en el que había de darse a conocer y habitar; de este modo, habiendo tomado un cuerpo semejante al de cualquiera de nosotros, ya que todos estaban sujetos a la corrupción de la muerte, lo entregó a la muerte por todos, ofreciéndolo al Padre con un amor sin límites; con ello, al morir en su persona todos los hombres, quedó sin vigor la ley de la corrupción que afectaba a todos, ya que agotó toda la eficacia de la muerte en el cuerpo del Señor, y así ya no le quedó fuerza alguna para ensañarse con los demás hombres, semejantes a él; con ello también, hizo de nuevo incorruptibles a los hombres, que habían caído en la corrupción, y los llamó de muerte a vida, consumiendo totalmente en ellos la muerte, con el cuerpo que había asumido y con el poder de su resurrección, del mismo modo que la paja es consumida por el fuego.
Por esta razón asumió un cuerpo mortal: para que este cuerpo, unido al Verbo que está por encima de todo, satisficiera por todos la deuda contraída con la muerte; para que, por el hecho de habitar el Verbo en él, no sucumbiera a la corrupción; y, finalmente, para que, en adelante, por el poder de la resurrección, se vieran ya todos libres de la corrupción.
De ahí que el cuerpo que él había tomado, al entregarlo a la muerte como una hostia y víctima limpia de toda mancha, alejó al momento la muerte de todos los hombres, a los que él se había asemejado, ya que se ofreció en lugar de ellos.
De este modo, el Verbo de Dios, superior a todo lo que existe, ofreciendo en sacrificio su cuerpo, templo e instrumento de su divinidad, pagó con su muerte la deuda que habíamos contraído, y, así, el Hijo de Dios, inmune a la corrupción, por la promesa de la resurrección, hizo partícipes de esta misma inmunidad a todos los hombres, con los que se había hecho una misma cosa por su cuerpo semejante al de ellos.
Es verdad, pues, que la corrupción de la muerte no tiene ya poder alguno sobre los hombres, gracias al Verbo, que habita entre ellos por su encarnación.
RESPONSORIO Jr 15, 19. 20; 2Pe 2, 1
R. Serás como mi boca, te pondré frente a este pueblo como muralla de bronce inexpugnable; * lucharán contra ti, mas no podrán vencerte, pues yo estoy contigo. Aleluya.
V. Habrá falsos maestros que introducirán sectas perniciosas, y llegarán hasta a negar al Señor que los rescató.
R. Lucharán contra ti, mas no podrán vencerte, pues yo estoy contigo. Aleluya.
ORACIÓN.
OREMOS,
Dios todopoderoso y eterno, que suscitaste a san Atanasio como preclaro defensor de la divinidad de tu Hijo, haz que nosotros, iluminados por sus enseñanzas y ayudados por sus ejemplos, crezcamos en tu conocimiento y en tu amor. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.